jueves, 26 de diciembre de 2013

¿Feliz navidad?

Como muchas otras personas, en estas fechas tan especiales, todos aprovechamos para juntarnos y disfrutar en compañía de la familia y los amigos. Reunirnos nuevamente con nuestros seres queridos parece ser lo que impulsa la celebración de estas fechas. Tanto es así que nos olvidamos de preguntarnos ¿por qué celebramos en ese día particular? o bien ¿qué es lo que celebramos exactamente?
Muy pocas veces recordamos reflexionar acerca del origen de las cosas, solo porque están consideradas convencionalmente como válidas para una gran mayoría de culturas. Aún así poseemos información suficiente para poder llegar a buen puerto con una aproximación acerca de la génesis de las fiestas. Entonces, alguien con un conocimiento promedio podría argumentar un origen ciertamente cristiano de la navidad, lo cual radicaría en el nacimiento de Jesús ese mismo día, el 25 de diciembre. Sin embargo, esta explicación estaría muy distante de la verdad, ya que el único origen que una mayoría de antropólogos e historiadores descartaría sería precisamente el que forma parte de la tradición judeo-cristiana. Por lo tanto, lo que me propongo hacer en esta entrada es llevarlo de la mano, a usted lector, por una serie de posibles comienzos de esta festividad. Veamos algunos.

Origen egipcio
Caracterizado como uno de los más inocentes y menos conflictivos con respecto a las creencias de la religión cristiana, se encuentra el origen egipcio de la navidad. Presuntamente, esta palabra que proviene del sustantivo natividad, significaría "Día Natal", lo cual configura en simples palabras el día de cumpleaños. Aunque este día no era celebrado, en un principio, por todos los habitantes del imperio egipcio. Era considerado privilegio único del faraón y los miembros cercanos al mismo. Según la iglesia católica esto era considerado un ritual sumamente innecesario y vanaglorioso, ya que sería absurdo festejar el día en que nace una persona periódicamente todos los años. Supongo que el comercio y la mano invisible de la economía no opinan los mismo.

Origen pagano
Este origen es uno de los menos aceptados por la religión cristiana debido a su alta correspondencia histórica y ubicación correcta en los eventos relatados en la biblia. Según antropólogos de la Universidad de Oxford, este rito comenzó con la muerte prematura del rey Nimrod, emperador de la Antigua Babilonia y responsable de la construcción de la torre de Babel, la cual fue destruida por una tormenta a causa de su altitud. Este rey fue uno de los más viles y corruptos emperadores que pisó Babilonia y para volver la situación peor contrajo matrimonio con su madre, Semíramis. Al morir su hijo-esposo, esta hizo creer al pueblo que su alma había sido divinizada y que la prueba de esto era una árbol que creció "de la noche a la mañana" para simbolizar la vida eterna de Nimrod. Así, ella todos los días 25 de diciembre (la fecha de nacimiento de su hijo) colocaría regalos bajo ese mismo árbol para el agrado del "dios". Con la conversión de los babilonios al cristianismo, esta costumbre fue heredada por la nueva religión.

Origen nórdico
El origen nórdico data de la Alemania precristiana, cuyos habitantes rendían culto a los dioses Odín y Thor. El rito más conocido es el de decorar un árbol, el árbol de Odín, con sangre y cabezas de sus rehenes de guerra. Esta actividad fue reemplazada por la llegada del cristianismo y el árbol fue dejando de tener cabezas y tripas, y comenzó a tener frutas y velas para honrar al dios cristiano.

Sin ganas de traumar a posibles lectores, me gustaría resaltar que esta entrada yo la hice para fines meramente informativos y culturales. Para poder pensar en las cosas en las que creemos y el origen de las mismas, y así apreciarlas de una forma distinta. Así que, dicho esto, les deseo una feliz navidad y un muy buen 2014.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Límites

Distinguir fantasía de realidad, verdad de mentira, hecho de ficción. Todas estas son dualidades que constan de una línea divisoria que marca sus extensiones, un límite. Algunas veces el límite es fijo y claro, otras (me atrevería a decir la mayoría) está difuso, difuminado, como si alguien lo hubiera dibujado con una carbonilla. Sin embargo, no todos los límites separan elementos sino que hay muchos que demarcan una extensión, una oportunidad. Y en estos casos, el límite nunca está definido, siempre existe la posibilidad de correrlo, de presionarlo más allá de su estado natural. Esto se manifiesta todo el tiempo tanto en el mundo natural como en el comportamiento del ser humano. Nosotros, como seres racionales (a veces no tanto) buscamos una veta, una grieta por la que sobrepasar el límite y liberarnos de la presión que ejerce sobre nuestra meta. Y acerca de esto es el tema del que quiero hablarles hoy.
En el lenguaje hay constantemente una búsqueda de delimitaciones tanto semánticas como terminológicas. Siempre se busca dotar a las palabras de claras delimitaciones en sus significados, en qué campo se desarrollan y hasta qué punto abarcan la definición de las mismas. El problema está en que la mayoría de los lexicólogos y especialistas en el léxico y la semántica no tienen en cuenta la vastedad del lenguaje humano y pretenden establecer límites concretos a significados que en realidad nada tienen de concretos. Tanto las palabras como los términos tienen cientos de acepciones y las divisiones que las separan están muy lejos de ser fijas, sino que fluctúan y varían con el correr del tiempo y gracias a diversos factores que se desarrollan en la mente de todos los hablantes. Por ello es que considero necesario un tratamiento más laxo, más gradual de los límites. No solo en el lenguaje, sino que en todas las áreas de la vida. Así como en matemática los límites siempre tienen soluciones variadas para reconocerlos (y sin embargo no son biunívocas), o en química, donde aquellos que separan a los elementos siempre son dependientes de las diversas uniones.
En mi opinión, las divisiones discretas de "lo uno o lo otro" no son naturales en el ser humano, sino que fueron impuestas a lo largo de la historia por pautas culturales y sociales, las cuales establecen elecciones binarias para comportamientos humanos. Está muy claro para cualquier persona que el comportamiento de un individuo no puede ni está basado en un número tan escaso de decisiones, sino que estas son infinitas. Nuestra posibilidad de elección es un derecho natural, es parte de nuestra libertad. Si bien, pensamos que hoy en día vivimos en libertad hay miles de elementos que pueden determinar lo contrario. Todo el día nos detienen límites imaginarios que se vuelven concretos tan rápido como un pestañear, como la barrera invisible que impone el consumismo, la aceptación pasiva de acciones por parte de gobernantes corruptos y hasta la misma destrucción de nuestro planeta. Estos límites no radican tanto en el no dejarnos avanzar sobre ciertas sino que nos refrenan en ellas. Ahora bien, algunos límites son necesarios para la vida en sociedad pero una cosa es poner límites y otra es abusar de ellos, e incluso de la falta de opciones a la hora de tratar de desplazarlos. 
La conclusión es simple: como especie, el blanco y negro para nosotros no existe, siempre se trata de una escala de grises. La solución, no obstante, dista mucho de ser fácil y accesible. El truco descansa en la limitación gradual, los límites que forman parte de una escala y cuyas dos opciones "binarias" son apenas los dos polos de esta misma. Es nuestro deber y nuestro derecho difuminar esos límites y flexionarlos para poder vivir con libertad.



El horizonte no es un límite, simplemente es una meta.