miércoles, 30 de octubre de 2013

Cambios de rumbo

Una noche liviana de primavera como esta, un año atrás, en mi vida se produjo un vuelco. O por lo menos, en mi mente. En una noche como esta decidí darle un giro a mi futuro, eligiendo mi salud mental por lo próximos 50 años por sobre la posibilidad de entrar al tan ansiado por muchos, círculo de los pudientes. Esta última frase corre el riesgo de sonar un poco... alocada, pero sinceramente no hay mejor forma de describir este "switch" que transformaría mi manera de pensar para siempre (o por lo menos es lo que espero). Para ubicarnos mejor voy a echar luz sobre el asunto al decir que de lo que estoy hablando es de mi monumental y grandioso cambio de carrera. Sí, y lo afirmo con orgullo, ya que soy uno de los tantos partidarios del "estudiar lo que te gusta" y no hay otra forma de encontrar eso que te hace sentir vivo, eso que te llena y que sabés que podés hacer por el resto de tu vida, que probando y recogiendo experiencias. Porque lo vale. Y creo que lo encontré, después de haber probado solo tres cosas encontré lo que realmente buscaba. Pasé por Periodismo, Traductorado y finalmente arribé en Letras. No sé si seré uno de los escritores más grandes de la historia, o uno de los críticos más celebrados pero de una cosa estoy seguro: Mientras pueda vivir haciendo lo que me gusta, no me importa nada más. 
Sin embargo, el problema no radica en el puerto al que se llega con ese brusco viraje de timón, eso es fácil. La verdadera cuestión se encuentra en el la maniobra misma, en ese cambio de rumbo que cuesta alcanzar. Si bien todo sería mucho más fácil siguiendo una línea recta, sin complicaciones, ni variaciones en el curso, sin riesgos, también esto implica el no tener nada fuera de lo común, una caída en picada hacia la rutina sin parada. La vida es muy aburrida si todo es sencillo, predecible y vano. Por ello es que decidimos virar el timón en algún momento de nuestra línea temporal hacia cualquier lugar, hacia donde el viento nos lleve, algunos más, otros menos, algunos antes y otros después. Pero todos, TODOS lo hacemos. Tenemos que. 
Estos virajes, aunque necesarios, no siempre arriban a buenos puertos. Muchas veces viramos hacia una tormentas que no habíamos visto venir (o quizás sí) y nuestro barco queda atrapado en el medio de ella. Pero lo bueno del océano es que es enorme y hay millones de lugares por dónde escapar de una tormenta. Entonces digamos que no nos topamos con ningún fenómeno meteorológico extraño y llegamos a puerto. Todo está perfecto excepto por un pequeñísimo detalle: es un lugar en el que atracan muchos barcos piratas. No hay problema, porque estamos en el océano (el cual es enorme) y vamos a encontrar muchos puertos más. Así que a no preocuparse por los avatares de navegación porque estos son pasajeros, no así el último puerto. Ahh... el destino que te espera. Y casi siempre la pasarela de embarque está vacía, esperando a que tu barco atraque. Pero creo que ya fue suficiente de metáforas marítimas. Es hora de llegar al clímax de todo este asunto.
El punto entero de este viraje (atención que no solamente tiene que ser un viraje, es más, casi nunca lo es) es encontrar nuestro camino, es vivir propiamente con todo el sentido del término. No vivir como quieren nuestros padres, como nos dicta la sociedad, como nos refriegan en la cara esas revistas pomposas de chimentos baratos que nos muestran vidas totalmente irreales sino vivir bajo nuestros términos, bajo nuestro mando. El cambio de rumbo es mucho más que salir de la rutina, es libertad. En eso descansa la noción de opción. En la oportunidad de elegir cómo, cuándo y en qué circunstancias producimos el "switch". No es rebeldía cambiar de rumbo, sino que es parte de nuestra naturaleza, es lo que nos hace humanos y no autómatas sin razón. Y esto es aplicable tanto a un cambio de carrera, como a un cambio de aires hasta un cambio de compañía. 
Nunca hay que olvidar que los que decidimos hacer el cambio somos nosotros.

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